lunes, 7 de septiembre de 2009

HACIA UNA POLÍTICA REVOLUCIONARIA EN MATERIA DE ORGANIZACIÓN


El siguiente documento es fundamental a la hora de estudiar el movimiento comunista en colombia, pues en el mismo se ve implicita la inevitable lucha por conservar el color de la organizacion de partido de los comunistas revolucionarios en colombia en las decadas del 60 y 70, a su vez tambien este documento hace parte del legado que dejaron grandes cuadros y martires de la revolucion en colombia, que hoy en nuestros dias sirven de guia con la misma vigencia que hace 40 años



HACIA UNA POLÍTICA REVOLUCIONARIA EN MATERIA DE ORGANIZACIÓN


de FRANCISCO GARNICA


1. El Partido Comunista (marxista-leninista) exigencia central de la Revolución
Iniciadas en nuestra patria las batallas de clase del proletariado, planteadas por su propio desarrollo, y en los momentos en que el movimiento obrero mundial al­canzaba éxitos resonantes, desarrollando invaluables ex­periencias en su lucha política por su liberación definiti­va, surgió también en Colombia, como imperiosa necesi­dad la construcción del Partido de la clase obrera, del Estado Mayor indispensable para la conquista victoriosa del poder.


Poderosamente influenciados por el triunfo y conso­lidación de la revolución bolchevique de octubre, en los años de la década del 20 surgen grupos revolucionarios que constituyen finalmente, en 1930, el Partido Comunis­ta de Colombia. Este recorre desde entonces un largo ca­mino repleto de episodios muchas veces heroicos y de no­tables errores que conforman un formidable cúmulo de experiencias con un denominador común: La existencia de una dirección errada, reformista y traidora.


Ayer con la camarilla Duranista y hoy con el grupo que encabeza Gilberto Vieira, al P.C. se ha intentado convertirlo en simple aparato electorero colocado a la co­la de las disidencias tácticas de la burguesía, empantana­do en el más crudo oportunismo reformista, ajeno a la revolución, es decir, en un obstáculo para que la clase obrera pase de sus luchas reivindicativas de tipo econó­mico a las batallas por la conquista del poder político.


Su estructura organizativa leninista fue reemplazada paso a paso, por la de una simple agrupación liberal, sin ninguna disciplina, sin militancia seleccionada, con el bu­rocratismo en su peor acepción como único método de dirección y por consiguiente incapacidad para aprovechar todas las coyunturas revolucionarias. Ha servido para pro­longar el dominio de la oligarquía y el sufrimiento de las masas.


Tergiversando así los objetivos revolucionarios del Par­tido Comunista y corrompidas sus normas organizativas, el proletariado quedó de nuevo huérfano de su vanguar­dia política y, desde ese momento, la existencia de su Partido marxista-leninista se presentó con redoblada ur­gencia, mayor ahora que nunca, cuando se plantea la ta­rea de la conquista del poder político, de la destrucción del actual régimen burgués-proimperialista y el implantamiento de un nuevo orden popular.


La razón histórica del Partido Comunista Marxista-Leninista, ha sido una poderosa palanca impulsora para su propio surgimiento.


De ahí que desde el primer instante que aparece la corriente del oportunismo emerge también la lucha de los cuadros marxistas-leninistas por impedir la adulteración del carácter revolucionario de la vanguardia política de la clase obrera.


Desde 1940 y quizá desde mucho antes, camaradas honestos y capaces hicieron una sólida argumentación, planteamientos revolucionarios frente a la orientación claudicante de las camarillas de turno.


Pero es particularmente a partir de 1959 desde cuan­do cobra mayor fuerza la tendencia marxista-leninista. En efecto, aparecen nuevos movimientos políticos revolucio­narios como evidente rechazo a las orientaciones derechis­tas del grupo de Gilberto Vieira.


En el seno del partido aparece la polémica en distin­tos sectores del país reclamando una estrategia acertada para la revolución colombiana, planteando la necesidad de organizar la conquista del poder y señalando el ca­mino armado de la revolución colombiana.


Se multiplican entonces las sanciones disciplinarias contra todos aquellos camaradas que no comulgan con el contrabando ideológico de los revisionistas. Centenares de militantes y decenas de cuadros intermedios son expulsa­dos por diferir de la línea política, las calumnias y los con­sabidos epítetos de "extremo izquierdistas" ocultan las ver­daderas razones de principios.


Direcciones intermedias como el Comité Regional de Antioquia (1961); regionales enteros como el del Magda­lena y la Guajira (1963); y Bolívar (1964); locales, zonas y sectores importantes del Partido en el Valle, Santanderes, Bogotá, Cundinamarca, Boyacá, Huila (1963-64-65); cuadros nacionales del C. C. y el 80% (ochenta por cien­to) de la Juventud Comunista de Colombia representada en los Regionales de Bogotá, Valle, Santander del Norte, la Costa Atlántica y numerosos locales en todo el país (1964); numerosos dirigentes sindicales (confederales y fe­derales) y dirigentes de masas a escala nacional y depar­tamental, se lanzaron al combate contra la traición opor­tunista, comprendiendo que no había otra tarea práctica, primera y más urgente, que el rescate de nuestro partido y su reestructuración dentro de los principios revoluciona­rios del marxismo-leninismo para hacerlo capaz de dar a la lucha política de la clase obrera y de los campesinos la energía y firmeza necesarias.


2. Nuestro Partido Comunista (m-l) tiene que ser de tipo bochevique.


A. El Partido Comunista es un Partido de clase.


El Partido Comunista (marxista-leninista) es ante todo un Partido de clase. Es el partido de la clase obrera.
Todas las clases y los estamentos de ellas pueden ex­presarse políticamente a través de partidos o grupos: és­tos partidos o grupos políticos conforman la avanzada di­rigente de las clases o estamentos de clases y, aun cuando algunos de ellos en su conformación presentan un carác­ter policlasista, en esencia su dirección está orientada a la defensa de los intereses de una clase, como es el caso de los partidos de la burguesía.
Así mismo el proletariado en su lucha política forja su partido de clase.

Por eso todos los miembros del Partido Comunista serán, y tienen que serlo, proletarios que defienden intran­sigentemente los intereses de la clase obrera. Para poder pertenecer a ese Partido los elementos provenientes de otras clases tienen que renunciar a sus intereses y privile­gios de clase y abrazar sin reservas la causa del proleta­riado.


El Partido es parte inseparable de la clase obrera. Y como la clase obrera —aquí y en todo el mundo— está llamada a dirigir los destinos de la humanidad, ese parti­do en cuanto interprete consecuentemente los intereses del proletariado conlleva innatamente su carácter dirigente.
La existencia universal del proletariado, su concepción como una. sola clase en su conjunto, hace que el proletariado colombiano sea parte de la clase obrera mundial.


Esto determina que el Partido Comunista (marxista-leninista) esté impregnado de un profundo contenido interna­cionalista, generalizado en todos y cada uno de sus mili­tantes y le plantea obligaciones concretas para con los pue­blos de los demás países, obligaciones que superan la sim­ple solidaridad moral, especialmente, en nuestro caso, en relación a los combatientes populares de la América La­tina.

B. El Partido Comunista es la vanguardia esclarecida del proletariado.


Poco a poco, y valiéndose de una altisonante jerga, los revisionistas lograron imponer en las resoluciones de con­gresos y plenos su concepción oportunista de "partido de masas", violando descaradamente uno de los fundamen­tales principios que caracterizaban al partido de los bol­cheviques como el destacamento de vanguardia de la clase obrera.


Es que el Partido no puede ser confundido con toda la clase. El Partido Comunista, como destacamento de vanguardia, incorpora en sus filas, no a la clase entera si­no a los mejores elementos de la clase obrera, a los más abnegados, a los más experimentados.


"Olvidar —decía Lenin— la diferencia que existe en­tre el destacamento de vanguardia y toda la masa que tiende hacia él; olvidar el deber constante que tiene el destacamento de vanguardia de elevar a capas cada vez más amplias a su propio nivel avanzado, no significa más que engañarse a sí mismo, cerrar los ojos ante la inmen­sidad de nuestras tareas y empequeñecer éstas".


Ahora bien: "Con sólo la vanguardia es imposible triunfar y la diferencia entre la vanguardia y las masas no puede llevarnos a convertir al partido en un puñado de conspiradores aislados de las masas. El carácter de van­guardia significa que el Partido está adelante de las ma­sas pero un paso solamente; si no puede quedarse atrás de ellas sin cometer errores de oportunismo de derecha, de seguidismo, tampoco puede adelantarse hasta aislarse sin caer en el izquierdismo aventurero.


No podrá ser vanguardia el partido que le rinda culto a la espontaneidad, que marche a la cola de los aconteci­mientos, que no pueda hacer prevalecer lo consciente so­bre lo espontáneo, que no vea más allá de las masas.


Pero no basta titularse vanguardia: Hay que demos­trarlo en la práctica y hacer que los demás movimientos lo reconozcan. Es imposible dirigir a la clase obrera y a las masas sino se está vinculado a ellas. Hay que elevar a las masas hasta el nivel de los intereses de clase del pro­letariado, ganarse la confianza de la clase obrera y del pueblo y esto no es un problema de deseos ni de decre­tos: esto sólo es posible mediante una constante labor en el seno de las masas y con la aplicación de una política acertada- Y aún más: no basta tener una justa línea polí­tica. Es preciso convencer a las masas de lo acertado de esa política.


El Partido Comunista, debe y puede ser la vanguar­dia esclarecida de la clase obrera pero a condición de que a su propia experiencia y a la experiencia de los partidos hermanos añada la más severa y responsable aplicación de la teoría científica del marxismo-leninismo en el análisis concreto de la realidad nacional.


C. El Partido Comunista debe ser ejemplo de organi­zación, unidad y disciplina.


Tampoco puede el Partido cumplir su papel revolu­cionario si no se constituye en el destacamento organiza­do de la clase obrera. A diferencia de los partidos no proletarios, el P. C. no se concibe como una suma de miembros, es decir, nadie se afilia en abstracto al P. Co­munista. Cada militante se afilia a una de las organizacio­nes del Partido, de lo que resulta que el Partido es una suma de organizaciones o mejor, un sistema único, un complejo de ellas. Porque es cierto que la organización centuplica las fuerzas, no es razonable contabilizar mili­tantes sino organizaciones para los planes del Partido. El principio rector, regulador y unificador de estas organiza­ciones es el Centralismo Democrático que, en lo funda­mental, significa; tener unos solos Estatutos, una sola di­rección (el Congreso y entre Congreso y Congreso el C. C.), una sola disciplina y el sometimiento de la minoría a la mayoría y de las organizaciones inferiores a las supe­riores.


En nuestras condiciones, en que el revisionismo a la vez que convertía el centralismo en garrote disciplinario para preservar sus posiciones burocráticas y estimulaba la práctica del democraterismo en la base convirtiendo la discusión interna en charlatanería sin principios, se exige la aplicación estricta, del Centralismo Democrático en la vida del Partido. Mao Tse-tung, para corregir estas ten­dencias, recomendaba en el plano organizativo "poner en práctica la forma democrática de vida, bajo una orienta­ción centralizada, consistente en:


a). La Dirección del Partido debe presentar una co­rrecta línea de orientación y ofrecer soluciones cuando sur­gen problemas, a fin de establecerse como centro orien­tador.


b). La Dirección tiene que entender con claridad las condiciones de los cuerpos inferiores.


c). Las organizaciones del Partido en todos los nive­les no deben tomar decisiones sin una debida- deliberación. Una vez tomada una decisión, tiene que ser puesta en la práctica con firmeza.
d). Todas las decisiones de importancia tomadas por la Dirección deben ser transmitidas en el acto a la base del Partido.


e). Las organizaciones inferiores del Partido deben discutir en detalle las directivas de los cuerpos superiores a fin de entender a fondo la significación de las mismas y decidir los métodos necesarios para llevarlas a la prác­tica".


Es la organización del Partido lo que hace posible la unidad de -acción de todos los militantes. Si bien es cierto que la unidad no es por la unidad misma sino en tomo a los principios, y que no es posible ni siquiera tratar de la unidad sin antes deslindar posiciones ideológicas, también lo es que la unidad en cuestiones de programas y de línea es condición previa indispensable pero así mismo insufi­ciente para la unificación real del Partido, para la eje­cución del trabajo.


La unidad de acción del Partido presupone la aplica­ción práctica de los principios de organización que exclu­yen todo fraccionalismo y cualquier espíritu de grupo. "La unidad se realiza —dice Lenin— sólo por una organiza­ción única cuyas decisiones se llevan a la práctica, no por miedo, sino a conciencia de todos los obreros conscien­tes. Discutir una cuestión, manifestar y oír las diferentes opiniones, conocer el punto de vista de la mayoría de los marxistas organizados, expresar esos puntos de vista en la decisión tomada, cumplir a conciencia esa decisión es lo que en todas partes del mundo y entre personas razonables se llama unidad".


“La unidad se expresa entonces alrededor del trabajo positivo y no de los errores. Alrededor de los principios y no de las personas".


Consecuencia y presupuesto de la unidad será la fé­rrea disciplina del Partido. Una disciplina rayana en lo militar aunque consciente, igual para todos los militan­tes, pero atendiendo en su aplicación a las diferencias entre los camaradas, a mayor conciencia de los dirigentes, mayor y más férrea disciplina.


Sólo un Partido que marche como un solo hombre en el cumplimiento de las consignas podrá garantizar el éxito de sus acciones. Pero la disciplina, al igual que la unidad, exige condiciones que no será posible si se falta a la fide­lidad, a los principios, si no existe una estrecha vincula­ción con las masas y si no se desarrolla una acertada di­rección política.


La disciplina puede ser férrea en la medida en que sea consciente y voluntaria. De ello se deduce que, lejos de excluir, reclama la lucha de opiniones, en el seno del Partido. Pero, una vez tomado un acuerdo, éste será pues­to en práctica por todos los organismos y militantes sin vacilaciones de ninguna índole, con toda la firmeza nece­saria y superando todos los obstáculos de cualquier natu­raleza que se presenten.


D. El Partido Comunista es el núcleo central que dirige a las demás organizaciones afines al proletariado.


El Partido Comunista, en cuanto es el destacamento organizado y la vanguardia de la clase, es la forma su­perior de organización del proletariado y, en calidad de tal, dirigente y coordinador de toda esa gama de organi­zaciones sin partido de la clase obrera y del pueblo, como los sindicatos, las cooperativas, las organizaciones juveniles, las ligas campesinas y las demás organizaciones populares que en determinadas etapas de la revolución coinciden con los objetivos inmediatos del proletariado.


No se trata de que estas organizaciones estén formal­mente subordinadas a la dirección del Partido. De lo que se trata es de que el Partido, a través de sus fracciones o activos militantes vinculados a esas organizaciones, lleve a ella su influencia y promueva acciones de masas cada vez más elevadas.


Así el Partido no se verá jamás aislado de las masas, ni podrá ser golpeado por el enemigo y estas organizacio­nes responderán a su orientación política.


Precisamente en el grupo revisionista que dirige Vieira, se da el caso de que, con el pretexto de la teoría opor­tunista de la "neutralidad" y la "independencia" de estas organizaciones, se forman parlamentarios "comunistas" que no respetan las orientaciones del Partido, o gerentes de cooperativas aburguesados, o sindicalistas de mentali­dad economista.


De allí que no sólo sea necesario sino obligatorio pe­netrar en todas las organizaciones de las masas, teniendo en cuenta que los comunistas no inventan sino que asimi­lan y desarrollan las formas de lucha y organización que el propio pueblo se da.


E. La condición del fortalecimiento del P. C. es la eliminación de los elementos oportunistas.


Todas las anteriores características, que determinan la naturaleza del Partido Comunista (marxista-leninista), no se verán nunca realizadas si se olvida un solo instante del fundamental principio de que el Partido se fortalece de­purándose de los elementos oportunistas.


Jamás podremos desarrollar el Partido si vacilamos en cuanto a nuestra actitud frente a los revisionistas. Stalin señala: "La lucha implacable contra estos elementos, su expulsión del Partido, es la condición previa para luchar con éxito contra el imperialismo". Y Lenin dice: "No es posible triunfar en la revolución proletaria, no es posible defenderla, teniendo en las filas propias a reformistas, a mencheviques". Los revisionistas cumplen el papel de ver­daderos agentes de la burguesía dentro del movimiento obrero y como a tales hay que tratarlos.


3. Asimilar un estilo y unos métodos leninistas de trabajo.


Aprender a trabajar correctamente y con efectividad, asimilar un estilo y unos métodos leninistas de trabajo, de­rrotar las prácticas del oportunismo y crearse una manera justa de actuar, son grandes aspiraciones de todos los par­tidos revolucionarios y condiciones inaplazables para el desarrollo de partidos como el nuestro, obligados a romper la larga tradición de un estilo oportunista de trabajo.


A. FUNDIR LA TEORÍA CON LA PRÁCTICA


Charlatanes que llaman "intelectuales" y no teóricos de la clase obrera, es lo único que puede resultar cuando se impone en el Partido el método contrario al marxismo-leninismo de teorizar sin aplicar. Verdaderos prodigios en el arte de recitar de memoria frases de los clásicos marxistas abstractos y alejados de un análisis concreto de una situación concreta, conforme al mandato leninista, es lo que se encuentra entre los burócratas dirigentes del revi­sionismo colombiano.


No es esta clase de "teóricos" lo que la revolución demanda. Lo que necesitamos es cuadros que estudien el marxismo como una guía para aplicar a la práctica revo­lucionaria. Hombres que conozcan la historia de Colom­bia y en ella se basen para estudiar el desarrollo de la lucha de clases en nuestro país, que sepan más de Colom­bia que de la URSS, China, de Roma y de Grecia y no al revés. El Partido necesita dirigentes estudiosos de la actual situación nacional e internacional que no desenfoquen su análisis de la época y del momento que vivimos.


Para nosotros el grado de un teórico no lo determina la mayor o menor habilidad para manejar la "jerga" par­tidista, sino su capacidad de ver los problemas colombia­nos a la luz del marxismo; su capacidad para enfocar cla­ramente estos problemas; su capacidad para dar respuesta científica a las cuestiones económicas, políticas y militares de Colombia; su capacidad para descubrir las leyes del desarrollo de nuestra revolución. Esta es la clase de teó­ricos que necesitamos.

Miles de tesis y consideraciones teóricas e innumera­bles consignas, completan los escritorios de todos los diri­gentes revisionistas: tesis como las que aseguraban un ca­rácter "progresista" en 1958 al capitalismo colombiano; consignas como la tristemente célebre de la "Constituyente Popular" y muchas más que se quedaron escritas como falsos dogmas sin ninguna aplicación práctica. Miles de conclusiones se amontonan, reunión tras reunión, en el más grosero olvido del método leninista de mantener viva la unidad entre la teoría y la práctica. Nuestros postulados teóricos y nuestras consignas políticas serán sometidas al fuego de la práctica o posaremos también de charlatanes. Para los marxistas no hay otro criterio de verdad que la práctica, y sólo a él debemos atenemos. Generalizar la práctica en la teoría y comprobarla de nuevo en la prác­tica, es el único método acertado de trabajo.


B. CRITICAR NUESTROS ERRORES Y ASIMILAR DE LA EXPERIENCIA.


Si la práctica señala una equivocación, teórica, puede decirse que amarrarse a ese error, tenerle miedo a reco­nocerlo, no querer rectificarlo es el camino más corto para la destrucción del Partido.


La actitud ante los errores es la mejor prueba de la seriedad de un Partido. Jamás se produce por eso una au­tocrítica, o un análisis de las causas de los fracasos con­tinuos de la camarilla que encabeza Vieira. Aunque los resultados sean diametralmente opuestos a lo que se in­tentaba, para ellos descarada y cínicamente "todo estaba previsto". De ahí su constante camino de un error a otro hasta su completo aniquilamiento. Es que la autocrítica y la crítica no son otra cosa que la ley del desarrollo del Partido, su piedra angular, las formas de adelantar la lucha interna, de aprender de las experiencias y corregir los errores.


La crítica justa y oportuna que parte de la unidad pa­ra llegar a la unidad con el criterio de mejorar y no de destruir, tiene que dar como consecuencia saludable el aumento permanente de la capacidad combativa del Par­tido.


Pero nada más peligroso para la estabilidad del Par­tido que el uso malicioso de la crítica como instrumento para aniquilar las perspectivas de desarrollo de honestos y abnegados militantes por parte de ''patriarcales" diri­gentes. La experiencia negativa vivida bajo las camarillas revisionistas no dejan lugar a disculpa alguna en la repe­tición de errores semejantes.


Para siempre debe estar abolida la perniciosa práctica de ir anotando como "cabuyas pisadas” los errores de cualquier camarada con el exclusivo fin de desmoralizarlo con la lectura de un cúmulo de faltas cronológicamente citadas, reales, falsas y aumentadas, en los momentos en que dicho camarada critica un error nuestro o se opone a un criterio malsano u oportunista. Tal proceder, corriente en gentes de mala fe —que por cierto se practica dema­siado entre los revisionistas colombianos— evidencia un criterio de destrucción del Partido y de complicidad con los errores mientras no perjudiquen oscuros intereses per­sonalistas.


Error que se comete, error que se critica con el ánimo de ayudar a corregirlo sin esas extrañas contabilidades. Esta es la norma para los militantes del P. C. C. (marxista-leninista).


Tampoco es de marxista-leninistas "hacer elefantes de ratones", es decir, exagerar las faltas de nuestros compa­ñeros, hacer un escándalo de pequeñas equivocaciones, fre­cuentemente sobre problemas más personales que políticos o ideológicos, o ser duros —terriblemente duros— con los camaradas de base o blandos —sorprendentemente blan­dos— con los propios y más graves errores de dirección.


Para nosotros, como para todos los marxistas, la crítica del Partido no tiene objetivo distinto al de educar al Parti­do y a los camaradas que han cometido errores. Esta lu­cha interna es esencialmente una lucha ideológica destina­da a robustecer la unidad ideológica del Partido que no se puede confundir con disputas, peleas o insultos a bra­zo partido, pretendiendo mantener la unidad a base del miedo o de absurdas y arbitrarias medidas organizativas. Ni se puede tampoco confundir a los camaradas con los enemigos y aplicar los mismos métodos de lucha.
Nuestra crítica ante todo es una crítica política, in­transigente en las cuestiones de principios y en materia ideológica, subordinada al principio general del desarrollo de la lucha del Partido y del proletariado.


C. LA SABIDURÍA DEL PARTIDO ESTA EN LAS MASAS


No de los gabinetes, ni de los escritorios, sino de la práctica diaria al lado de las masas es de donde puede salir una correcta apreciación de la realidad y una correc­ta orientación política.


La teoría marxista del conocimiento —al decir de Mao Tse-tung— enseña a descubrir la verdad a través de la práctica y a través de la práctica a desarrollar y verificar la verdad. Esto obliga a conocer la sociedad colombiana sólo mediante la vinculación estrecha a las luchas sociales del país. Creer en milagrosas inspiraciones de dirigentes burocratizados sin más práctica que la de ir de la casa a la oficina y de la oficina a la casa es tan ridículo como confundir un Pleno del Comité Central del Partido con un Concilio Ecuménico.


El problema de una justa dirección es el problema de tener un conocimiento científico de la realidad nacional y, si en general es cierto que para adquirir conocimientos es preciso participar en la practica de cambiar la realidad, para adquirir ese conocimiento científico de la realidad nacional es indispensable fundirse en la lucha de las ma­sas que diariamente transforman el panorama económico, político y social de la vida del país.


Nadie duda de que el aislamiento de las masas y la falta de fe en la capacidad creadora del pueblo les im­pide a los revisionistas poder formular una orientación correcta, ni de que esto es lo que los ata a una cadena de progresivos errores.


Es obvio que quien trabaja corre el riesgo de equivo­carse. Pero la experiencia enseña que quien sabe trabajar yerra menos y menos gravemente. Ir a las masas para volver a ellas, recoger ideas dispersas en las masas, gene­ralizarlas, llevarlas a las masas de nuevo, recoger im­presiones y opiniones de éstas, hacer una nueva generali­zación, etc., es el camino del acierto, el método de los bolcheviques, de los marxistas-leninistas.


Dirigir significa también trabajar. Las cosas no se re­suelven nunca con decretos, circulares o discursos, como creen los apologistas del burocratismo. Dirigir para no­sotros significa combinar lo general con lo concreto, par­ticipar también en la aplicación práctica de las orienta­ciones generales. En suma: abrir la brecha.


D. LA DIRECCIÓN COLECTIVA ES LA ÚNICA JUSTA


Comités y no individuos dirigen el Partido en todas sus escalas y no habrá dirección justa si no hay dirección colectiva que elimine los riesgos del caudillismo y garan­tice en lo posible un análisis completo de las situaciones y fenómenos, reduciendo al mínimo las posibilidades de error y de unilateralidad en los juicios.


Empero, no se concibe dirección colectiva sin respon­sabilidad individual. En cada organismo de base o de di­rección, cada tarea tendrá su principal responsable, aun­que el cumplimiento de la labor sea de conjunto así se consigue repartir las obligaciones manteniendo la unidad de dirección y la responsabilidad.


Hoy, cuando se tergiversa a menudo la llamada "lu­cha contra el culto a la personalidad" es conveniente in­dicar que la dirección colectiva es un principio de dirección de los marxistas-leninistas que no puede convertirse en instrumento para destruir la personalidad de los mili­tantes o de los dirigentes.


Antes de gentes mediocres con mentalidad prestada, el Partido exige gentes con mentalidad propia y desarrolla­da, militantes y dirigentes que pongan su inteligencia y sus cualidades personales al servicio de la causa, cuadros que desarrollen sus valores humanos dentro del espíritu colec­tivo y unitario del Partido. En lugar de nivelar por lo bajo, tenemos que estimular el surgimiento de políticos, publicistas, escritores, artistas, oradores y militantes bri­llantes en el seno del Partido. Tenemos que aprovechar to­das las inteligencias, aumentar la capacidad de razona­miento del Partido e impedir que algunos se tomen el de­recho de pensar por los demás.


E. AUDACIA REVOLUCIONARIA Y TENACIDAD INQUEBRANTABLE


Los bolcheviques eran conocidos por su extraordinario espíritu creador, por su audacia para destruir mitos y cos­tumbres rutinarias en el trabajo revolucionario, por su arrojo e iniciativa para romper viejos dogmas, por su ca­pacidad de asimilar las nuevas situaciones, utilizando nue­vos métodos.


Pero no era simplemente esta franca oposición al ser­vilismo ante las tradiciones lo que caracterizaba el método de trabajo de los bolcheviques, pues esa asombrosa capa­cidad de encontrar siempre la perspectiva revolucionaria se combinaba con una tenacidad en el trabajo práctico que no desmayaba en el cumplimiento de ninguna tarea por compleja y difícil que fuera, y realizaba las consignas de no hacer nada a medias, de no vacilar ante los obstáculos y de alcanzar siempre los objetivos propuestos.


F. TENEMOS QUE SER AUDACES COMO LOS BOLCHEVIQUES - LA MORAL COMUNISTA Y LA FRATERNIDAD MILITANTE.


Cambiar la atmósfera viciada de inmoralidad o ene­mistad en las relaciones de los militantes es presupuesto para el progreso del Partido. La vida interna del Partido debe estar alumbrada por los más elevados conceptos de moral comunista y espíritu de fraternidad entre los camaradas.


Nuestra ética no es la hipócrita moral de la burguesía que crea falsos valores para defender sus caros intereses; y es que no hay moral que no sea de clase. Lo bueno para el explotador es siempre lo malo para el explotado. De allí que el principio que rige nuestra moral es, y tiene que ser, el de que es moral todo aquello que beneficie a la revolución e inmoral todo aquello que la perjudique.


Nada más hermoso que la fraternidad de los comunis­tas. arma poderosa para la firmeza de los militantes y fuente de potencia para el Partido. Marx y Engels dieron ejemplo con su vida de lo que significa la camaradería entre los comunistas. Sin ese espíritu camaraderil y fra­ternal no sería posible soportar las difíciles contingencias de la lucha, cuyos sacrificios aúnan y hermanan a quie­nes las sufren. Extraño y por demás sospechoso, será pa­ra el Partido el militante déspota, grosero y poco frater­nal con sus compañeros, pues tales características son propias de los policías y no de quienes entregan sus vidas por el triunfo revolucionario.

4. Características del Partido Comunista Colombiano (marxista-leninista).


La diferencia con los revisionistas en las formas de organización y en la estructura del Partido no son casuales sino que responden a las diferencias entre el conteni­do de la actividad de los oportunistas y la actividad polí­tica de los revolucionarios marxistas-leninistas.


Para la lucha reformista y economista no se requiere ciertamente una organización disciplinada de revoluciona­rios. A quienes aspiran aún al camino parlamentario, es obvio que no les interesa un Partido de militancia seleccionada, sino un "Partido de masas" que ofrezca un buen número de votos.


Para quienes no aspiran a la toma del poder por los medios revolucionarios no está planteado el problema de la clandestinidad y del trabajo secreto.


Y es natural que sea así, si se tiene en cuenta que la "estructura de cualquier institución está natural e ine­vitablemente determinada por el contenido de su activi­dad".


Por otra parte, las formas de lucha y de organización como elementos de la táctica, cambian de acuerdo con el flujo y reflujo del movimiento revolucionario. Según sea el ascenso o descenso de las fuerzas revolucionarias, la táctica es ofensiva o defensiva y determina cambios en las formas de organización.


Por lo tanto, es en función de la actual situación po­lítica que debemos plantearnos el problema de la estruc­tura y de la organización del Partido.


Para nosotros, que nos hemos encarado a la cuestión de la toma del poder con tareas tan claras como las de organizar nacionalmente si Partido como cerebro del mo­vimiento revolucionario; formar su brazo armado capaz de enfrentar hasta derrotar la violencia del enemigo; y construir un Frente Único de Liberación que aglutine las fuerzas necesarias para llevar al pueblo a la victoria, tareas que nos corresponde desarrollar en medio de un ré­gimen cada vez más represivo, sin más dilema que la dictadura o revolución, tiene que ser claro que el carác­ter de nuestra organización es el que hemos definido an­teriormente y que la naturaleza de nuestra labor debe lle­var el sello de la más cerrada clandestinidad.


Sin casas ni oficinas legales, sin periódicos sometidos a La mordaza de la licencia, nuestra actividad será esen­cialmente ilegal y, por consiguiente secreta. El modelo de nuestra organización deben ser los destacamentos revolu­cionarios como el Partido Bolchevique de Lenin y Stalin o el Partido Comunista Chino que dirige Mao Tse-tung. No se trata de copiar mecánicamente sino de aplicar a nuestra realidad las experiencias positivas que tengan efi­cacia universal.


Válido para nosotros es, en las actuales condiciones el mandato leninista que señala que el "único principio de organización serio a que deben atenerse los dirigentes de nuestro movimiento tiene que ser el siguiente: La más se­vera discreción conspirativa, la más rigurosa selección de afiliados y la preparación revolucionaria de profesionales".


A. EL PARTIDO COMUNISTA ES CLANDESTINO


Puede ser compatible un "Partido de masas" con un régimen estrictamente represivo? Evidentemente no. Es im­posible dotar a una organización amplia del elemento clandestino indispensable para poder realizar una lucha re­volucionaria contra el gobierno.


Aún más: el problema debe ser entendido en sus jus­tos términos o sea: Es a tal punto esencial el carácter clandestino para nuestro partido, que las demás condiciones organizativas como el número de militantes, las con­diciones de ingreso, etc., están en alto grado determina­das por este carácter.


Por lo tanto, es claro que el trabajo de nuestro Par­tido y su cuerpo orgánico serán absolutamente secretos en las ciudades y en las demás regiones dominadas por el enemigo.


Es imperativo observar todas las precauciones, por innecesarias que parezcan en algunas ocasiones. Es im­prescindible crear el hábito de la clandestinidad que nos habrá de librar de verdaderas desgracias y rotundos fra­casos.


En el campo será también clandestino el Partido, salvo en las regiones puestas a la ofensiva, en las cuales, aun cuando al comienzo se mantengan la discreción y el secreto, posteriormente se podrá actuar con mayor libertad.

Es elemental que no podremos permanecer siempre a la defensiva —precisamente uno de los errores de la ca­marilla revisionistas hay que prepararse para pasar a la ofensiva y en esas circunstancias el Partido trabajará abiertamente.


Supersecreto, si cabe el término, será el trabajo ejecu­tado en los centros fundamentales de producción y dentro de los órganos del poder del enemigo.


B. BENEFICIAR LA CONSTRUCCIÓN DEL PARTIDO


Para constituir nuestro Partido debemos guiamos por un plan, por un criterio que determine la dirección fun­damental de nuestro esfuerzo.


Tenemos que ser en las ciudades un partido fuerte dentro del proletariado industrial. Concentrar esfuerzos en los centros fundamentales de producción, planificando la penetración, objetivo por objetivo en las ciudades que aglutinan los principales núcleos industriales.


A pesar de que por su número el proletariado indus­trial es un sector pequeño de la población, por su con­centración, su disciplina, su calificación técnica y cultural, y porque es el más desarrollado políticamente, es indiscu­tible la fuerza dirigente de la revolución, cuyo desarrollo y consolidación están condicionados a que el proletariado pueda jugar su papel. Papel que no podrá jugar si noso­tros no desenvolvemos nuestra acción principalmente en las capas avanzadas de la clase obrera.


Con parecida intensidad hay que trabajar en la cons­trucción del Partido en el campo, entre el proletariado agrícola, los semiproletarios del campo y los campesinos medios.


Si partimos del hecho de que la revolución en nuestra patria será por la vía armada y que esta lucha se desarro­llará en lo fundamental en el campo, y que, por tanto, la construcción del Partido es indispensable en las regiones campesinas, a tal punto que la construcción de éste ten­drá que confundirse con la organización de la lucha ar­mada, hay que concluir que es de primordial importancia no escatimar ninguna energía para esta labor.


De hecho surge, como criterio de construcción de Par­tido, también el de tener en cuenta la calidad de las regio­nes campesinas desde el punto de vista estratégico militar.


En Colombia el movimiento, campesino jugará un pa­pel fundamental. Al desencadenar su potencial revolucio­nario, asentará los más duros golpes al poder del enemigo y, en varios sentidos y circunstancias será más potente que el propio movimiento obrero, lo cual no será de ninguna manera dañino si se conserva la dirección proletaria en la lucha.


La II Declaración de La Habana expone estas consi­deraciones en general para la América-Latina y Mao Tse-tung, refiriéndose a China pero en términos que obligan a considerar la experiencia, dice: "Por consiguiente es un error abandonar las luchas en las ciudades y, en nuestra opinión, también es un error que cualquiera de los miem­bros de nuestro Partido tema que el desarrollo del poder de los campesinos los torne más fuertes que los obreros y, por lo tanto, nocivos para la revolución. Porque la revo­lución en la China semicolonial sólo fracasará si la lucha campesina es despojada de la dirección de los obreros y no sufrirá porque los campesinos, a través de su lucha, se tornen más fuertes que los obreros".


C. PARTIDO SELECTO


El Partido que la revolución colombiana exige no es ese Partido de "decenas de miles de militantes" con que entusiastamente sueñan los revisionistas. De lo que se tra­ta es de un partido revolucionario de militantes selectos y probados. Un Partido de verdaderos comunistas, que ele­ve de nuevo el concepto de miembro del Partido; que ha­ga realidad en nuestra patria las palabras de Stalin: "No­sotros los comunistas somos hombres de un temple espe­cial. Estamos hechos de una trama especial. Somos los que forman el ejército del gran estratega proletario, el ejército del camarada Lenin. No hay nada más alto que el honor de pertenecer a este ejército. No hay nada supe­rior al título de miembro del Partido".


Colocar el título de militante en su justo y verdadero lugar, presupone antes la observancia estricta de las condiciones para la militancia y el sometimiento de cada as­pirante a un estudio individual de sus condiciones de in­greso, estableciendo las diferencias necesarias, siendo más severas las exigencias para aquellos que no proceden del proletariado.


Para los antiguos militantes del Partido Comunista, ho­nestos y capaces, que libraron o libran una lucha con­tra los revisionistas, están abiertas las puertas del Par­tido.


Los antiguos militantes de base del P. C. margina­dos, podrán pertenecer al Partido luego de una autocríti­ca y de un proceso de reeducación.


Para los nuevos militantes provenientes de las ma­sas populares, es necesario hacer efectivo el Círculo de Estudio y Trabajo Revolucionario que los capacite para ser miembro del Partido, es decir, ingresarán primero en calidad de aspirantes a miembros del Partido.


Para los dirigentes y militantes sobresalientes de otros movimientos políticos, incluso del viejo P. C., su militan­cia debe ser tratada especialmente por los organismos re­gionales y aprobadas por la dirección central del Par­tido.


Para que la militancia concedida por un organismo sea definitiva, debe mediar la aprobación del organismo inmediatamente superior.


D. LOS CUADROS DEL PARTIDO


Si extremamos las exigencias para la militancia de base, mucho más severos debemos ser al conceptuar so­bre la calidad de los cuadros del Partido. En cierto sen­tido es cierto aquello de que "los cuadros lo dicen todo" y es una verdad comprobada que para guiar la revolu­ción es preciso que haya un Partido y muchos cuadros ex­celentes.


Precisamente los hombres pertrechados con la teoría del marxismo-leninismo, con gran discernimiento político y capacidad para el trabajo, aptos para solucionar pro­blemas con independencia, leales y abnegados, valientes pero sin jactanciosidad, hombres para quienes su propia vida está por debajo de los intereses del Partido, del Pue­blo y de la patria. Un grupo tal de dirigentes capacitará al Partido para orientar a las masas y organizar con éxi­to la revolución.


Nuestros cuadros deben responder a las necesidades de dirección del Partido:


Se ha planteado que el Partido debe dirigir a las ma­sas. Entonces, sólo si se es dirigente de masas se puede serlo del Partido.


Se ha planteado que el Partido es el destacamento de vanguardia, el jefe político de la clase obrera, su estado mayor. Entonces, sólo en la medida en que se tenga ca­pacidad política se puede ser dirigente del Partido.


Se ha planteado que el camino de la revolución co­lombiana no es pacífico y que la lucha armada es la for­ma principal de lucha en estas circunstancias. Entonces sólo en cuanto se tenga capacidad militar y se sepa di­rigir en estas formas de lucha a las masas y al Partido se puede ser dirigente del Partido.


No sobra señalar que la unidad de medida de la ca­pacidad de nuestros cuadros y militantes es la eficacia, pues es evidente que la capacidad práctica de los militantes está en relación directa con su capacidad política e ideológica.


La falta de cuadros nos -agobia, y nos agobia porque no entendemos lo que significa una justa política de cua­dros que nos permita el desarrollo de los actuales diri­gentes y encontrar en el vivero de las 'luchas populares hombres capaces y dirigentes de hecho. En un país como el nuestro en donde masas inmensas se suman al descon­tento general, en donde suceden infinidad de luchas, no es posible, quejarse de la carencia de cuadros.


Lo que nos falta es más visión por parte nuestra, más talento organizativo, abrir los ojos, tener fe en el pueblo y descubrir los jefes que el proletariado y las masas están haciendo surgir en cada combate. Ser audaces en la pro­moción de cuadros; que el dirigente joven vea la mano tendida de los dirigentes más antiguos del Partido, ayu­dándole con su experiencia y su mejor desarrollo.
Los cuadros ciertamente no se encuentran en los es­critorios ni llegarán milagrosamente, hay que forjarlos y, sobre todo, ir a buscarlos allí donde sí aparecen en me­dio de fragor de las batallas populares.


La revolución no es un hobby o deporte al que se le puede dedicar de vez en cuando algunos ratos libres. Es una tarea gigantesca que reclama la existencia de nume­rosos cuadros cuya única profesión sea la acción revolu­cionaria. Hombres que no tengan más objetivo en su vida que el de ser revolucionarios y que por ese objetivo se empeñen sin reservas.


Todos los dirigentes nacionales tienen que ser revolu­cionarios profesionales y cada Comité Regional como as­pecto esencial, tienen que contar con un buen núcleo de estos revolucionarios.


E. LA ESTRUCTURA DEL PARTIDO


La estructura organizativa de nuestro Partido, aparen­temente similar a la de los grupos revisionistas, responde sin embargo, a consideraciones concretas de orden políti­co, económico y social. El Partido es un todo orgánico para el país entero y con una máxima autoridad, el Con­greso Nacional y en su defecto, el Comité Central.


Pero dirigir al Partido es una labor compleja y delica­da. Las orientaciones nacionales de carácter estratégico y táctico válidas para todo el Partido en su conjunto, no son sin embargo aplicables por igual en todo el territorio na­cional, sino que deben corresponder a las características y particularidades propias de diversos sectores del país.


De allí que el país sea dividido en varias regiones, atendiendo, no a la división político administrativa que la burguesía se ha dado, sino a las necesidades políticas y administrativas del Partido, que imponen la creación de grandes Regionales que cobijen sectores con similares con­diciones geográficas, sociales y económicas.


Así se constituyen verdaderas direcciones intermedias con abundantes recursos materiales y humanos, se garan­tiza la mejor aplicación de la política del Partido y se crean potentes auxiliares de dirección. Zonas tan caracte­rísticas, como la región cafetera, o los Llanos, o la Costa Atlántica, etc., son ejemplos claros que llevan a romper el seguidismo de las divisiones departamentales, para pa­sar a un concepto más científico de la configuración de unidades territoriales en la nación.


Los Comités Regionales, organismos de dirección in­termedia en estas regiones, se auxiliarán para el control y orientación del Partido de Comités de Zona que delimi­tan sectores característicos de la Región,, tales como ciudades importantes o conjuntos urbanos y campesinos. Y de acuerdo con el desarrollo del Partido se harán nece­sarias otras instancias organizativas como los Comités de Distrito, que, dirigen, al Partido en sectores urbanos. Así mismo, la existencia de varias células en un mismo lugar, fábrica, universidad, colegio, unidad vecinal, etc., crea la necesidad de un organismo dirigente, un comité de Radio que coordinará la acción de diversas células.


Es la célula el organismo básico del Partido, el más importante y decisivo: Se puede decir que según sean sus células y como trabajan, así es el Partido y así traba­jará. La célula no es la simple reunión de varios camaradas sino el instrumento del Partido para el trabajo entre las masas; debe ser un aparato vivo que con iniciativas y audacia desarrolle y lleve a la práctica las orientaciones de la dirección.


La célula no se organiza por organizarse, sino en fun­ción de la acción del trabajo revolucionario. Falsa hasta el absurdo y tremendamente nociva es la práctica creada bajo la dirección revisionista, de entender el trabajo de organización como un fin en sí mismo, como algo muer­to, sin perspectiva, desligado de la lucha diaria, según el cual los militantes asisten a sus células con la misma iner­cia con que el católico va a misa los domingos.


La vida celular es la fuerza del Partido, y en estas condiciones constituye la forma ideal de organización pa­ra preservar la seguridad del Partido en su trabajo. Nues­tras células serán pequeñas, de sólo 3 a 5 militantes y se conformarán fundamentalmente en consideración al lu­gar de trabajo. Pueden crearse también por razón de vi­vienda y, por último, obedeciendo a actividades especia­les. Huelga decir que la célula de empresa es más impor­tante para el Partido. Las células del barrio se conciben en función de su ulterior desarrollo hacia células de em­presa.


F. EL NOMBRE DEL PARTIDO


Algunos sectores del Partido han alzado voces enca­minadas al cambio del nombre propuesto para el Partido. Argumentan ellos que el nombre Comunista dificulta la penetración en las masas y que, además debemos diferen­ciarnos del grupo político que dirige Vieira.


En primer lugar la experiencia ha derrotado prácti­camente a quienes hacen del nombre un problema para el desarrollo del Partido y un obstáculo para su vincula­ción con las masas. Movimientos con más antigüedad y con nombres por demás brillantes, no presentan un tan rápido fortalecimiento como el de nuestro Partido Comu­nista Colombiano (marxista-leninista). El problema no con­siste en cómo llamarse, sino en cómo actuar.


Además, para nosotros está abolida en general la prác­tica de presentamos a las masas con la etiqueta de "co­munistas" e incluso se sancionará el denunciar la propia militancia en el Partido sin autorización expresa. Lo im­portante no es proclamarse comunista sino actuar como tal. Si como tal se actúa aún en caso de que sea descu­bierto el militante, las masas lo defienden porque lo han visto luchando por los intereses colectivos.


Por otra parte nuestros militantes serán verdaderos co­munistas y aquel que acepte y entienda nuestros princi­pios ideológicos y nuestra táctica política, es decir, aquel que se haga comunista, no se asustará de su título, mundialmente honroso.


En segundo lugar, nosotros no debemos renunciar al nombre de comunistas sino reivindicarlo en nuestra patria. No son Vieira ni su grupo los personeros ni los de­positarios de las luchas, de la historia, ni siquiera de las experiencias negativas del Partido Comunista de Colom­bia. Ese importante acopio de experiencias, más negati­vas que exitosas, es sin embargo patrimonio de los marxistas-leninistas y no de los agentes de la burguesía. So­mos comunistas y nuestro Partido debe ser el Partido Co­munista Colombiano marxista-leninista.

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